El Lago



En este lugar, todos vivimos confundidos, perturbados, totalmente desorientados, buscando la felicidad en las cosas; en la identificación con las formas, con todo aquello que nos ofrezca un motivo para pertenecer, para destacar, para ser reconocidos, vistos. Y esa obsesión también es una ilusión, un invento.

El cura, reza pero viola.

El policía, detiene pero delinque.

El maestro enseña, pero soborna.

El padre reprende, pero es infiel.

En el reino de las formas todo es apariencia, nada tiene sustento; todo persigue un objetivo oculto, mantiene una agenda secreta, privada.

La derecha se corrompe, pero la izquierda abusa y el centro solamente espera al que se equivoque primero para inclinar la balanza a su favor criticando en los otros los pecados propios.

Todos nos construimos héroes, dioses y guerrilleros; y también inclinamos nuestra balanza hacia dónde mejor nos convenga identificándonos con aquellos; sintiendo que cuando uno de ellos falla o se va, algo de nuestra esencia también se pierde y una parte de nosotros, se va a su lado para siempre. En la pérdida de esa madre, ese hijo, en el hermano, en el ser amado.

Ilusiones todas. Apariencias.

En el reino de las formas, todos somos como ondas sobre la superficie del lago de la vida, persiguiéndonos, comprándonos, retándonos, envidiándonos; deseando ser como el de al lado, y no como somos.

En esta carrera, desenfrenada pero breve de la vida, pocos son los que atinan a descubrir que al final del lago, una vez que alcancemos irremediablemente la ribera, todos habremos de disolvernos, cambiando de forma, sin desaparecer jamás. Pocos serán los que al final descubran que simplemente somos ondas sobre la superficie de ese lago y que estamos hechos todos de agua. Agua que es el lago mismo.