Viceversa


-Positivo. Dijo uno de los ingenieros en la cabina de grabación.

Y se hizo un silencio denso en el ambiente. Una mezcla de ansiedad, de nerviosismo, de euforia contenida.

-Chécalo una vez más. Contestó el Dr. Coté. Tenemos que estar seguros al 100%.

El ingeniero sonrió y con la voz emocionada le contestó por el intercomunicador que lo había revisado veinte veces contando el último resultado.

-No hay la menor duda. Es positivo.

La alegría contenida en la cabina estalló al unísono, todos se abrazaban, algunos tenían lágrimas de regocijo en las mejillas.

Habían dado con un descubrimiento científico que inscribiría sus nombres en los libros de historia. Todo los hombres del planeta se entenderían distinto a partir de ese instante.

Querían llamar a los medios de comunicación, a la prensa, con el presidente. Querían que el mundo entero lo supiera.

Casi como un accidente, el Dr. Isaac Coté había hecho un hallazgo fantástico con una simple grabadora de mano. Con el mismo equipo, que los periodistas comunes grababan las conferencias de prensa o los discursos de los políticos.

Curiosamente había sido la grabación de un discurso político lo que había dado pie al descubrimiento.

Después de treinta minutos de grabar a uno de sus mejores amigos dando una conferencia agradeciendo el nuevo cargo público que ostentaba en la ciudad, intentó revisar lo que llevaba grabado hasta ese instante y accidentalmente pulsó el botón de reversa en la grabadora. Atónito encontró un mensaje compuesto de oraciones cortas y precisas que hacían alusión al  discurso del político pero con significados diferentes, con referencias casi opuestas y contradictorias a las que había dicho su amigo.

En su última intervención, el político dijo: “por el bien de todos” pero esa misma frase en reversa decía “Ahora es mi turno”.

Al principio pensó que era una fortuita coincidencia. Una casualidad, una increíble jugada del azar.

Pero desde ese momento y durante los siguientes cinco años, se dedicó a grabar a cuánta persona podía y a revisar minuciosamente todas esas cintas.

Apenas dos años después de su hallazgo, su amigo, el político que inconscientemente facilitó toda esta aventura, era destituido de su cargo por encontrársele culpable de enriquecimiento ilícito.

La frase de su discurso en reversa: “Ahora es mi turno”, retumbaba y cobraba una fuerza descomunal en la cabeza del Dr. Coté.

El escrutinio era titánico. Tuvo que echar mano de los mejores investigadores en diferentes áreas de la ciencia: Semiólogos, Ingenieros de Audio, Psicólogos, Comunicólogos, Analistas de Voz…

Cada uno de ellos sumó al proyecto, desmenuzando aquel misterioso hallazgo.

Las conclusiones parciales de aquella aventura científica, apuntaron claramente hacia lo impensable: la complejidad del cerebro humano, se las había arreglado para emitir dos mensajes cada vez que alguien decía algo.

La comunicación humana era bidimensional.

La voz consciente lo hacía hacia adelante usando el lenguaje y las palabras. La voz inconsciente lo hacía en reversa usando los sonidos, la fonética, las inflexiones de la voz, las pausas, los acentos, la velocidad con la que se generaban los mensajes.

Esa era la razón por la que todos hablamos a ritmos distintos y en determinados momentos hacemos inflexiones de voz, aparentemente, azarosas, casuales.

Ninguna casualidad, el azar no jugaba en este fenómeno.

Durante años lo probaron con pláticas casuales, con discursos de artistas, de políticos, de figuras públicas.

Incluso la gente común, generaba estos dobles mensajes todo el tiempo. Era la voz del alma, hablando sin censura, sin ataduras, sin las cadenas del deber ser, sin guardar apariencias sociales.

Los discursos en reversa, era la esencia misma del ser humano hablando, implorando, decretando, diciendo la verdad de lo que sentía y pensaba directamente desde su voz más profunda.

Mientras el grupo brindaba por la confirmación final del descubrimiento y ultimaban los detalles para dar a conocer al mundo la noticia, el ingeniero que había hecho las confirmaciones finales se refirió a todo el equipo diciendo:

-Señores lo hemos logrado. Y alzó su taza con café en señal de brindis.

El Dr. Coté sonrió con una mueca forzada y agregó:

-Ha sido un verdadero trabajo en equipo. Felicidades a todos.

Pasaron 12 horas, antes de que el ingeniero de audio descubriera que el equipo de grabación se había quedado encendido durante todo el acto y los discursos. Con morbosidad revisó la cinta entera y se detuvo en el mensaje de felicitación que el Dr. Isaac Coté les había dirigido. Lo corrió en reversa y claramente escuchó:

-Este descubrimiento es solamente mío, bastardos de mierda.

Los Cuernos de la Luna



El sol caía sin misericordia, aplastándolo todo; creía estar totalmente sola hasta que a lo lejos, al final del loma, apareció un toro negro que me paralizó con su sola presencia. El grosor de su cuello me hizo pensar que yo cabría completa dentro de él; desde donde estaba, aquel animal parecía una estatua de ónix hasta que empezó a avanzar sigilosamente, analizándome, repasándome, cazándome.
Me llevé las manos a la cara y esa fue la señal para que se pusiera en alerta; estiró su poderoso cuello y bufó mientras abría los ojos desmesuradamente.

Intenté mover mis piernas pero las tenía atornilladas en el suelo; no existía nada en ese lugar, nada excepto el toro, yo y un inmenso sauce a trescientos latidos de distancia.

Conforme el animal se iba acercando, alcancé a notar los detalles de su figura, era increíblemente musculoso, su pelo era tan negro que azuleaba con el reflejo del sol y sus ojos, color ámbar, no parpadeaban ni un instante; sus astas eran blancas y formaban una herradura perfecta. Mientras avanzaba, un largo hilo de baba espesa se le balanceaba como péndulo; poco a poco me sentía más acorralada en plena llanura; intentar correr sería una invitación para lo peor y preferí esperar a que él marcará la tónica del combate.

Yo tampoco parpadeaba, no quería perder detalle de lo que hacía y con la mirada traté de buscar resguardo, de pronto escuché una voz que claramente me dijo:

-Ni siquiera lo intentes-.

Fue tan clara la llamada que supuse que había sido yo misma sin darme cuenta, detuve la vista en su hocico y volví a escuchar la voz:

-No, no es tu imaginación-.

El animal lentamente empezó a dibujar una sonrisa en su rostro, me había hablado pero no movía los labios.

-No hay salida.- Escuché con claridad y se me abalanzó.

Di media vuelta y corrí con todo el miedo a cuestas; cada metro que yo avanzaba me alejaba más del sauce y mis piernas parecían aturdidas, pasmadas.

El árbol se encontraba en la parte más elevada de otra loma, así que tenía que redoblar fuerzas para alcanzarlo, arrastré mi miedo con la firme intención de abandonarlo en la copa de aquel sauce pero pesaba más de lo que imaginé.

Una estrepitosa risa, mezclada con un resoplar y bufidos, me erizó los vellos de la nuca, escuché sus pisadas y sentí la tierra vibrando bajo mis pies por su cercanía. Llegué hasta el árbol pero ya no tenía fuerzas para trepar en él. Me detuve frente su enorme tronco y gire para encarar mi destino. El toro no paró su carrera, me embistió a toda velocidad y su fuerza me levantó del suelo. Uno de sus cuernos me perforó el costado, el otro el pecho desgarrándome la piel; claramente sentí como se me rompían las costillas, escuché los huesos quebrarse como cristal y una punzada caliente me hizo saber que el pitón había salido por la espalda. Con su colosal testa me golpeó de lleno en la cara y me cerró los párpados; en ese momento la risa empezó a desvanecerse.

Al abrir los ojos encontré el linóleo desgastado de mi habitación, las cobijas anudadas en mis piernas y los tacones de mis zapatillas enterrados, uno en el costado, justo a la altura de mis costillas, y el otro en mi pecho.