Confidencias


secreto

Me mira directo a los ojos, se seca una lágrima, y suspirando profundamente me dice:

– Es una pena ver cómo has cambiado.

Furioso me mira y me reclama todos los sueños que creamos juntos cuando éramos casi unos niños y que yo maté; todos los anhelos que un día compartimos y que nos emocionaron, que nos ilusionaron; que nos hicieron pasar noches en vela y que yo después ignoré.

Me mira y sin poder controlar el temblor en los labios, me dice que ya no me reconoce, que quizá dejó de verme de tanto mirarme y que de tanto escucharme dejó de entenderme. Angustiado me cuestiona cómo me perdí, cuándo me convertí en eso que tanto odiaba, dónde aprendí a traicionar, mirando a los ojos.

Me mira llorando y dice, con un nudo en la garganta, que ahora sabe que nunca amé, ni me entregué y que siempre me engañé; que juntos habíamos creado las instrucciones para encontrar el amor perfecto y que yo jamás las seguí.

El reflejo en el espejo me mira directo a los ojos, se seca una lágrima, y suspirando profundamente me dice:

-Es una pena ver cómo has cambiado.

En el Umbral



Desde aquella primera sacudida, él empezó a buscar la salida. Se sujetó con fuerza a la cuerda que lo había mantenido vivo desde que alcanzaba a recordar y comenzó a arrastrarse a través de aquel pasadizo. No entendía ni cómo ni cuándo había llegado a ese lugar pero la humedad de aquel túnel, que antes ni siquiera notaba, ahora se hacia sofocante, pegajosa y le costaba trabajo respirar.
Cuando finalmente vio la desembocadura, sintió miedo, sabía que no podía quedarse ahí más tiempo pero la sola idea de cruzar al otro lado le helaba la sangre.
Los sonidos detrás del pasadizo se incrementaron, escuchó gritos desgarradores y una luz blanca e intensa lo obligó a mantener los ojos cerrados.
Ahí, en el brillante umbral del conducto, reflexionó un momento y comprendió que a partir de ese instante nada volvería a ser igual. Tomó la cuerda con ambas manos y la enredó alrededor de su cuello, empujó con fuerza hacia la estrecha salida y decidió morir antes de nacer.

La Cruz



El sabio reflexionaba frente al mar. Analizaba las olas, la marea, el baile de los pájaros en el cielo. El sol se sumergía lentamente al final del horizonte y en ese momento lo descifró.

Frente a sus ojos estaba todo claro, cristalino, diáfano. Se detuvo un instante y miró hacia su interior. Un interior más vasto y rico que la vida que se escondía bajo las profundidades del azul frente a sus ojos. Pensó en los libros y las enseñanzas del pasado. Dibujó sobre la arena líneas sin sentido hasta que dos se atravesaron azarosamente e hizo una pausa. En ese instante comprendió la increíble semejanza entre el ahora y la cruz católica.

Cuándo el maestro era flagelado, castigado y humillado, la cruz representaba todo el dolor, toda la tristeza y la desesperanza. Aquel hombre luchó contra esos leños de madera que lo laceraban, abriéndole la piel, sangrándolo hasta lo indecible.

Igual que el ahora, igual que este preciso momento.

-SI lucho contra él, lucho contra lo que ya es. Me desangró y me flagelo. Meditó

Cuándo el hombre de la cruz llegó hasta el monte y su final se acercaba, siguió gimiendo y luchando contra la cruz, contra el dolor y el sufrimiento, pidió ayuda a los cielos, clemencia. Y cuándo el cansancio y el dolor eran ya insoportables, finalmente aceptó esa realidad. La tomó como lo que era. Un hecho en el presente y se entregó a él. La cruz cambió, se transformó, pasó de verdugo a héroe, de dolor a paz. La cruz que lo mataba segundos antes, ahora lo liberaba y le regalaba los cielos.

Igual que el ahora, igual que este preciso momento.

-Si acepto este momento, como lo único real seré libre. Terminaré con la ilusión del sufrimiento. Concluyó sereno.

La  cruz y el ahora se funden y se mezclan como la teoría y la práctica.  Mientras más luche y rechace este instante, más difícil será develar la realidad, más profundamente quedaré atrapado en el espejismo del tiempo, del ayer y del mañana. Solamente existe este momento. Solamente existe ahora.

Y ahora soy la parte que le da sentido a este sol que se sumerge, a los pájaros que bailan acompasados en el aire y a este azul profundo, desbordado de vida frente a mí.

El sabio se levantó con calma de la arena y por primera vez entendió que él no era los eventos de su vida, su pasado y su futuro; sino el espacio en dónde los eventos de la vida se desarrollaban.

En aquel majestuoso atardecer frente al océano, el sabio dejó de ser, para solamente estar.